Wei está cediendo

 

 Por allí marchan los cinco otorrinos avanzando en cuña por la ciudad mansa que pisan, cubiertos del hilo de algodón de sus camisas mal puestas(algunas con pliegues y medio salidas), viejos suéteres ondeando sobre sus hombros de una moda rancia, ya pasada, incluso dentro del estilo clásico que enarbola, que muy paulatinamente se va reinventando. Descuidados de su aspecto en general, de carne flácida y añosa ropa, y, sin embargo, profundos conocedores de las vías auditivas y respiratorias. Como los más valientes se dirigen sin rumbo a la aventura buscando entre varias tascas abiertas alguna en la que refrescar sus gaznates e ideas pues vuelven atorados de tanta conferencia bárbara.

El coloquio ha versado acerca de la alergia acústica, afección de origen reciente que supone a los que la padecen un malestar mayor que la misofonía ya que no se trata simplemente de sentir irritación ante los sonidos que provocan otros mediante sus cuerpos o utilizando objetos, sino que estos ruidos causan al doliente toda una serie de complicaciones al respirar (y de erupciones cutáneas por citar otra de las muchas consecuencias) pudiendo provocarle la asfixia mortal el mero tintineo de un vaso. Es la madre de todas las alergias, la que causa los síntomas de las demás (enfermedad similar a aquellas que debilitan el sistema inmune), trayendo de cabeza a neumólogos, dermatólogos, psiquiatras… Por lo que es comprensible que nuestros cinco héroes quieran relajarse después de abordar tema tan intrincado.

-  Noches, señores, qué van a tomar- les dice desde detrás del mostrador el barman al que llaman Visigodo  por una creencia errónea  de su parecido físico con ellos cuando en realidad nada tiene que ver. Alguien comentó una vez que sus rasgos eran similares y a falta de referencias se extendió este rumor entre los clientes, que jamás habían visto a estos conquistadores representados. Visigodo (sin artículo, como se refieren a él) padece dislexia únicamente con las fórmulas de cortesía llegando a saltarse vocablos (el adjetivo como acaba de ocurrir) o trastocando su orden en mezclas hilarantes, por ejemplo, cuando le da por decir    ”Buenas gracias y muchas noches”.

- Yo tomaré algo con hielo- Y tras petición tan imprecisa va y se queda tan a gusto el señor Andrés (al que nombran así incorrectamente anteponiendo tal tratamiento a un nombre propio y no a un apellido). Sin embargo, es considerado entre todos ellos “el otorrino máximo” por sus años acumulados al servicio de dicha especialización y su saber al respecto.

Prosigue la cadena de fallos. No termina ahí.

- Tomaremos ron,ron,ron,ron y ginebra-  Juan Bastante, su compañero de fatigas(solo en lo que a coloquios se refiere, con el que ha coincidido en varios) parece ser de muy baja inteligencia comunicando al camarero esto así que previa y fugazmente ha consensuado con los otros cuatro, omitiendo números, plurales y refrescos, pudiendo haber abreviado con estos datos y siendo casi tan inconcreto como el primero en pedir.

Zhang Wei, que de asiático solamente tiene los rasgos y la ascendencia, ha querido adelantarse al de la barra y mentar, antes de que este pregunte, las gasificadas bebidas con que deben acompañarse las alcohólicas que han solicitado. Pero se hace testigo de una escena que le desconcierta en demasía. “La paella tiene que ser blanca. Nos hemos quedado sin colorante”. Esto fue lo que la que atiende en sala le acaba de decir a los comensales de una mesa. Aunque el sabor es exactamente el mismo (con este aditivo que sin él), cosa que les asegura la empleada, se levantan enojados salvo alguien que pregunta si al menos puede ser roja, lo que le acarrea reprobatorias miradas por parte del resto.

- ¿Los cuatro rones y la Gin solos? Se anticipa finalmente Visigodo, Dios de las pocas palabras, no solo abreviando expresiones que muestran educación y respeto, sino también implacable reductor de oraciones en comparación con los que tiene delante.  

- El mío con Cocacola- dice alguno y tres voces más se suman a este reclamo. Todos quieren sus consumiciones con dicho acompañamiento excepto un quinto médico, el de la bebida blanca y espirituosa, extremo en el ala izquierda de la figura triangular que formaron inconscientes cuando caminaron juntos hacia el establecimiento. Colocado en la punta del lado contrario de esta geometría involuntaria estuvo Serrador, Serrín para los amigos pero ninguno de los demás integrantes en aquella improvisada reunión le llama por su apodo puesto que no le profesan ningún afecto. Lo mismo ocurre entre los otros. Son simplemente compañeros de profesión. Solo dos se conocen y de vista, únicamente por haberse encontrado en eventos relativos a su trabajo como el que se ha realizado esta misma tarde. Y con ese vago nexo llegan a unirse un grupo de cinco, un puzle gris que nadie quiere ver, de insulsas piezas.

Juan Bastante sugiere un brindis por la conferencia, no sé bien a cuento de qué, con el alarmismo que ha creado entre los asistentes al conocerse la cifra de nuevos afectados y saber que ni siquiera tres ramas de la medicina bastan para combatir dicha lacra sino que a medida que emergen nuevos casos estos necesitan por su complejidad la dedicación de más y más vertientes de esta ciencia. Todo lo cual sumado a la imposibilidad de una vacuna por tratarse de algo intangible como es el sonido y a la poca eficacia de los fármacos existentes para paliar dolores que hasta entonces han mantenido a raya pero que ahora si son originados por ciertas audiciones no, anula cualquier motivo para la celebración y el jolgorio. Resulta indignante su propuesta pero todos le siguen.

 Y tras entrechocar sus vidrios por tal horror redundan en la materia, aportando el que sorbe gin tonic (del que desconozco incluso su nombre) la noticia de un hecho ocurrido hacía poco y ligado estrechamente a tan escabroso problema, la historia del pequeño Omar, una serie de acontecimientos que fueron de mal en peor. Este niño no soportaba el ronroneo del gatito que le había comprado su madre por su quinto aniversario con vida, aun comprendiendo que era la forma en que esos animales expresaban su bienestar (viene a decir Tankeray, por llamarle de algún modo, de la marca de la bebida destilada que toma, pues “el innombrable” suena muy despectivo). Cuando la peluda criatura lo emitía, encogida como una pelota o siendo acariciada panza arriba, el pequeño se le acercaba con mirada de censura, tan desaprobatoria era esta que bastaba para que el minino interrumpiese del todo aquella manifestación de su felicidad. También ponía esos ojos ante su progenitora, molestísimo y, sin más comunicación que esa, ella dejaba de sobarlo para que cesase. Era un completo aguafiestas para aquellos dos que convivían con él, una auténtica jarra de agua fría. Pero este último hecho, este gesto de oposición hacia la conducta de su pariente en primer grado es tan solo escuchado muy por encima por los otorrinolaringólogos, centrando los oyentes de “Ginebroso” (así me referiré a él a partir de ahora), y otras muchas personas que consumen en la taberna, la atención en alguien menudo que acaba de entrar.

Conocido por todos como “El baby” este hombre escaso y enjuto carga consigo el peso de su gran pasión. Es, por decirlo así, amante de lo ferroviario. Escribe sobre el mecanismo de los trenes, no solo ahondando en cómo funcionan sino que tiene multitud de cuentos que él mismo se inventa de sucesos acaecidos dentro de vagones con un sinfín de personajes variopintos, estrambóticos muchos de ellos (el doctor Marías, Jack Noruega…) que interaccionan entre sí en el transcurso de trayectos muy largos, de viajes a través de vastas extensiones que en la vida real no hay red de raíles que las abarque pero él sueña con que algún día sí. Estos son el tipo de pensamientos que agradan y relajan a El baby, que por lo demás es un tipo bastante irascible pues se enfurece con casi nada y suele ponerse hasta arriba de ansiolíticos para evitar enfadarse. Viene del Departamento Facial (cadena por excelencia de centros de estética, con un anuncio en televisión muy llamativo y como futurista) donde  se ha hecho unos retoques: se ha aumentado los morros y depilado las cejas excediéndose en esto último pues han pasado a ser una fina línea apenas perceptible. El baby es muy coqueto a pesar de su estatura y delgadez, y sus brazos son fuertes ya que siempre lleva  en ellos, cambiando de mano cuando se cansa, una ponderosa carpeta con todos sus escritos y trata de venderlos a la gente que se va encontrando.

- Noche buena, Baby, ¿lo de siempre?-   Saluda Visigodo mal como de costumbre.

-  Buenas noches, ponme lo de siempre, sí-  Y saca un espejito donde mirarse el carnoso resultado de sus labios, los cuales ocupan la totalidad del poco cristal en forma de círculo. Entresaca el inferior tanto que se come al de arriba. Pliega el pequeño objeto y lo guarda. Ya ha visto bastante.

Vuelve el grupo a centrarse en el relato de Ginebroso, cuyo pensamiento queda también absorbido ante la aparición de El baby hasta que reanuda tan espeluznante crónica. Un día el felino ya no estaba. Alguien se había dejado sin querer la ventana abierta desde la que se veía relucir la versión oficial. Era un gato escapista, tanto que queriendo fugarse por esa vía no tuvo en cuenta que lo hacía desde un sexto. Lo raro es que el cuerpo no apareciera  abajo espachurrado. En la calle no estaba, lo cual extrañó a la madre, que quiso pensar que su ausencia era obra de los limpiadores pero ocurrió en una breve siesta que se había echado a una hora en la que estos no trabajaban. Es más, conocía a toda la escalera y ningún vecino se había encontrado en sus idas y venidas con el accidentado. No quiso profundizar en la desaparición de la mascota por miedo a descubrir la horrenda verdad, engañándose a sí misma suponiendo  que efectivamente los trabajadores de dicho servicio se habían llevado el cadáver.

Irrumpe El baby en la escena  justo después de que Ginebroso pronunciara  “cadáver”

- Mirad lo que os traigo, hombres de bien, que se os nota la honradez a la legua y por eso me acerco a vosotros- pero el buen gusto desde luego que no, parecen niños con la ropa de sus padres cuando estos también lo eran, conservada desde entonces, gastada y correcta, vestidos por unas madres con prisa a juzgar por cómo les sobresalen de la cintura algunas partes de sus camisas. Algo así piensa El baby, reflexión bien distinta de sus lisonjas. Alza la vista arriba como buscando el amparo de algún Dios que le dé suerte en su labor comercial, igual que hacen algunos deportistas segundos antes de comenzar la competición.

- Aventuras, señores, con los más intensos protagonistas, que ocurren en líneas de alta velocidad con 1435 milímetros de ancho de vía. Diálogos secretos entre líderes que planean la insurrección en las calles. Un enorme sicario que mata por error a uno que no es el que persigue, en un vagón de tren donde no puede escapar pero es tan profesional que no le detienen. Un alumbramiento de septillizos en la clase preferente. Un infarto épico. ¡Un maquinista que atropella a un topo en un Transcantábrico!- abre sus manos y ojos en unívoco gesto de que esa última ficción que ha mencionado es el no va más de su  capacidad de inventiva pero no contento con mostrarse tan entusiasta destripa  aquella historia no dejando ni una víscera a la imaginación. Cuando desde su asiento ve que ha cruzado los rieles un extraviado e imprudente tálpido, trata de frenar lo antes posible pero ya es demasiado tarde y el roedor es impactado justo antes de atravesar el peligroso tramo, golpe que le hace despegar del suelo de manera muy extraña, primero hacia arriba y después hacía un lado como el bastón de un paraguas. Sin dudarlo el conductor, con el motor inactivo, busca el número de alguna protectora de estos animales. Mientras, los viajeros se le acercan a pedirle explicaciones sobre este parón inopinado que se prolonga indefinidamente, muchos con malos modales. Él les explica sin tapujos el motivo de la interrupción y los pasajeros no lo toleran. Tiene que refugiarse en la cabina de la cual no vuelve a salir y desde allí lleva a cabo el trato con la asociación, que por fin ha venido después de mucho retraso y anda afuera reanimando al sangrante ser. Arranca de nuevo el tren. Cuando llega al término de su recorrido sus superiores le despiden y con la carta en la mano la bienhechora agrupación contacta telefónicamente con él para comunicarle que el topillo ha sobrevivido y evoluciona favorablemente.

En medio de esa narración de sacrificio y bondad el tal Serradillo ha venido hacia mí para pedirme un cigarro y le he dicho que no con el paquete en la mesa y fumando. He ladeado la cabeza en actitud negativa sin ni siquiera mirarle a la cara ni dejar de poner los cinco sentidos en aquel cuento de El baby, que a punto he estado de levantarme y comprárselo. Respecto al que se ha dirigido a mí en pedigüeña incursión, ¿qué clase de maleducado es ese? Mientras el otro habla él se ha dado media vuelta y se ha ido con tal descaro que el pequeño ha llegado a suscitarme empatía incluso a mí. ¿Y qué hace alguien de una profesión tan bien remunerada pidiendo pitillos a desconocidos? ¿Por qué no se los compra él mismo con tanto dinero como seguramente tiene? Y después ha probado suerte con otros consumidores de tabaco con los que tampoco había tenido trato previamente obteniendo el mismo resultado.  Una máquina de noes.  

Pero no todo el persuasivo esfuerzo de El baby cae en saco roto. Ha perdido oyentes por el camino. Sí. Aparte de Serradillo la atención que le presta Wei vira noventa grados hacia una pantalla. Sin embargo a Juan Bastante le va embaucando todo lo que comenta sobre su prosa y pregunta acerca de ella con gran interés. Busca un personaje con un perfil  muy concreto, inusual manera de entablar una conversación literaria, sin referencias por parte de ninguno de los dos a obras anteriores de otros autores, ni a estos, ni a los entes creados de su puño y letra. Busca alguien “que le dé igual todo”. Pide lo que quiere y El baby se lo entrega, como quien va a una charcutería.

Abriendo su cartera para pagar el documento que ya tiene en su dominio, de unos cuantos folios con grapas y mecanografiados, de pronto se acuerda de que también anda tras otra irrealidad con un determinado carácter. 

- No tendrás  por casualidad algún…coprotagonista tiene que ser, como de los suburbios pero a la vez culto. Me es primordial que asesine o haya matado.  

- Jack Noruega. Es ese mismo-   Resulta que sí figura en su repertorio.  La conexión entre ambos es insuperable.

El Señor Andrés trata de disuadirle de cualquier tipo de transacción con El baby. Mira insistentemente a su compañero, gira la cabeza como diciéndole que no lo haga y llega a agarrarle incluso del brazo, y todo porque no se fía. Cuando cada uno de sus textos vale tan solo unas monedas le prejuzga, sin embargo, como si se tratase de un gran estafador.  Finalmente consigue convencerle  y Juan Bastante le devuelve al otro las hojas que tiene en la mano zanjando además cualquier posibilidad de realizar la que iba a ser su segunda compra, poniéndole mil  excusas: una indisposición por el alcohol ingerido (muy poco, pero esta tal vez ha sido la única verdad), el hecho de tener un “hijo tonto” (según su propio vocabulario), la hora que es…

- Es muy tarde - le dice, mirando en su muñeca un reloj que no existe- Nos tenemos que ir.

El baby , que ha advertido desde el principio la desconfianza del otorrinolaringólogo más sapiente  y la influencia que ha ejercido sobre Bastante, no está dispuesto a permitir algo así: que le eche abajo, un tercero, sus dos intentos de venta. Monta en cólera desde su exiguo tamaño. El rubor de la ira enrojece sus pómulos escuálidos y el relleno de sus labios le tiembla.

Percibe la indiferencia de Juan con la misma cantidad de amargura que de dicha cuando le vio seducido por sus palabras, con más todavía por ser esta última previa a aquella desilusión. La emoción en su tono, la fijeza de su mirada, la avidez con la que devoraba cada término que pronunciaba El baby para que luego todos esos logros no culminaran en el objetivo deseado. Así que opta por la venganza como única forma de contentarse. Cuenta con algo que le distingue de los demás y  le dota de peligro, heredado por su abuelo materno, un tipo raro. Posee una lobera de la que nunca ha sabido como lucrarse donde estos animales viven y crían en cautiverio. Tiene dos o tres adultos y quiere soltarlos en medio del bar. Lo anuncia  a voz en grito pero nadie le cree.  

“ Que tengas un buen gracias” le dice Visigodo cuando le ve irse, confundiendo entre sí no solamente los buenos modales, sino ahora también el día y la noche”

- ¿En qué punto hemos dejado la historia del pequeño Omar?-  Pregunta  Ginebroso a sus cuatro acompañantes una vez que El baby se ha marchado, sin darle nadie importancia suficiente como para dedicar un solo comentario acerca de las advertencias que ha vociferado hace tan solo un momento.

- Ah, ya recuerdo, cuando terminó con la vida de su gatito. Aunque eliminó la fuente de aquel ruido que le era tan molesto no podía desprenderse de él.  Tan instalado estaba en su mente y sentidos que creía que aún lo seguía oyendo y que emergía del gaznate de su propia madre. Constantemente le exhortaba, preso de la ira, a que dejase de hacer  eso con la garganta y ella al verle tan obcecado sospechó que había sido el responsable del desaparecimiento del felino y quiso buscar el cuerpo en su habitación. Allí lo encontró, ¿sabéis cómo?...

Era un caso perdido ese niño. ¡Lo que le hizo al pobre! Suerte que corrió igualmente su  progenitora cuando descubrió a la mascota en ese estado, la misma que el niño con sus propias manos en el centro donde le internaron por creerse que era él quien emitía el insistente ronroneo del que nuca logró librarse. Otro horripilante caso de alergia acústica. Esta vez en su vertiente más psicótica, no presentando la víctima ningún trastorno físico sino una obsesión.

Desde fuera se escuchan aullidos, llamadas al orden como hacia seres indomables, el sonido atropellado y fuerte de unos pasos como las eses de un borracho en un planeta con mucha más gravedad. El baby está intentado llevar hasta la entrada del establecimiento aquellas fieras, resistiendo con su poco peso los constantes e intensos tirones de sus ataduras. Y sí, cumple sus amenazas, vaya si las suelta. A mí que vine a tomar algo en solitario me ha mordido un lobo en el glúteo y acaba de arrancármelo de cuajo, literalmente. Los demás no lo están pasando mejor que yo. Entre alaridos se vuelven difusos y todo se desvanece, salvo Wei que aguanta nítido a diferencia del resto y con esa claridad su rostro comienza a derretirse. Tampoco se hace indiscernible la canción de cuna de una ambulancia que se acerca cada vez más orquestal a mi persona sin nalga para arroparme.

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