Entradas

Los tres golpes

  Se llamaba Fátima El Acha. Ya que me seguía a donde fuese   y no me la podía quitar de encima decidí contárselo todo, no tener secretos entre los dos. Lo único que lograba sin tal confesión era que me preguntara constantemente sobre cada acción que emprendía. Una vez consciente ella de mi principal y única preocupación, había una posibilidad entre mil de que colaborase de forma activa y dejase de entorpecer mis pasos con cualquier otra cosa e inopinadamente así lo hizo participando mucho en aquella investigación. Valoraba su actitud sin hacer demasiado caso a los frutos de esta porque Los Tres Golpes   primeramente era un lugar sin lugar, pues su ubicación no la conocía nadie.      Extrajo ese dato de un pordiosero   al que libramos de la calle algo más de media hora a fin de que nos diera información al respecto que ella, por no sé qué oscuro motivo, sospechaba que quizá tuviese. Le invitamos a tomar algo e idea mía fue pedirle mucho whisky para que dijera la verdad y mucho café p

Wei está cediendo

    Por allí marchan los cinco otorrinos avanzando en cuña por la ciudad mansa que pisan, cubiertos del hilo de algodón de sus camisas mal puestas(algunas con pliegues y medio salidas), viejos suéteres ondeando sobre sus hombros de una moda rancia, ya pasada, incluso dentro del estilo clásico que enarbola, que muy paulatinamente se va reinventando. Descuidados de su aspecto en general, de carne flácida y añosa ropa, y, sin embargo, profundos conocedores de las vías auditivas y respiratorias. Como los más valientes se dirigen sin rumbo a la aventura buscando entre varias tascas abiertas alguna en la que refrescar sus gaznates e ideas pues vuelven atorados de tanta conferencia bárbara. El coloquio ha versado acerca de la alergia acústica, afección de origen reciente que supone a los que la padecen un malestar mayor que la misofonía ya que no se trata simplemente de sentir irritación ante los sonidos que provocan otros mediante sus cuerpos o utilizando objetos, sino que estos ruidos cau

La corrosión

Nos acabábamos de conocer hacía escasos diez minutos. Era nuestra primera cita y charlábamos fluidamente en una terraza de bar. Ella me daba sus opiniones anodinas que acompañaban al relato de unos hechos también por el estilo. Sus anhelos, ocio, trabajo y vida en nada diferían al de miles de millones de personas más.   Pero la cerveza dándome de frente junto al sol, la imponente presencia de sus pechos y mi estómago vacío por haberme despertado muy   tarde en mi único día libre y salir medio corriendo para llegar puntual, hacían que me parecieran impresionantes sus comentarios y cada palabra que pronunciaba más especial incluso que la anterior.   Yo no era menos. Mis puntualizaciones y vivencias valían tanto como las de ella, y el mundo que pintaba ante sus ojos, el mío, era, a juzgar por sus gestos de agrado y admiración, igual de emocionante que el suyo. Sobreabundaba la química entre risas y progresivos descubrimientos de gustos y experiencias comunes, las de dos almas gemelas cu